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Category Archives: Narrativas

Narrativas pampinas

Aventura de un anillo.

Posted on Junio 3, 2018 by Reinaldo Riveros Pizarro Posted in Cuentos .

LAVOZDELAPAMPA.CL   AÑO I. Nº 23  Junio  2018.

(Narrativa)

De todo lo cómico hasta lo heroico, hay en el pasado de esta tierra nortina: aventuras, chascos, sobrehumanos, rasgos de ingenio, acontecimientos misteriosos, extraños hallazgos. A varias de estas categorías pertenece lo sucedido, allá por el año 1876 a Urbano Caballero.

Trabajaba Caballero en la oficina salitrera Carmen Alto, que después se llamaría Francisco Puelma. Esforzado, serio y cumplidor, se ganó muy rápidamente el aprecio de sus compañeros de labores y de sus jefes. En el mundo más cerrado, más aislado de cualquier contacto exterior, que era  el de las salitreras de entonces, las amistades crecían y se estrechaban  con vínculos muy fuertes.

El administrador de Carmen Alto, don Carlos Comber, de nacionalidad boliviana, fue uno de los buenos amigos de Urbano Caballero, además de su superior jerárquico. Tanto en las faenas de la pampa como en las horas de reposo, ambos compartían gran parte de sus horas en viril camaradería.

En una oportunidad, el señor Comber obsequió un anillo, testimonio de la amistad que los unía y de su aprecio por los buenos servicios de caballero. Este anillo correría la extraña de las aventuras con el andar del tiempo.

En efecto, meses más tarde, don Urbano pidió a su jefe autorización para bajar a Antofagasta, a despedir a un amigo suyo de apellido Estaros, que se enbarcaría con destino a Perú. Subieron ambos a bordo y, luego de intercambiar buenos deseos, se separaron cordialmente.

Caballero cogió el bote junto con otras personas que habían ido hasta el barco y que se disponían a regresar a tierra. Solo entonces se dieron cuenta que, mientras charlaban  y hacían preparativos, el mar se había ido embraveciendo en la abierta y desguarnecida bahía que era entonces Antofagasta. Olas gigantescas recibieron a la débil embarcación, zarandeándola sin misericordia.

Fue una odisea de intensidad creciente. Desde el barco, amigos, tripulantes y parientes contemplaban con angustia las alternativas de la lucha  que boteros y pasajeros libraban contra elementos, subiendo y bajando entre verdaderas montañas de agua.

De pronto, al pasar frente a la barra, entre las peligrosas rompientes, una ola más grande y embravecida  se estrelló contra el bote y lo devoró. Nadie volvió a verlo, ni a los que iban en él, entre ellos Urbano Caballero.

Cerca de un año más tarde, el cocinero de Carmen Alto se encontraba destripando un pescado de la remesa que, semanalmente, despachaba  desde el puerto la Compañía de Salitres. De pronto, un grito sorpresa escapó de los labios del hombre: ¡Había encontrado un anillo en el vientre del animal!

Llamado para comprobar el hecho, don Carlos Comber recibió una impresión  aún mayor.

Ese – Dijo –  es el anillo que yo le obsequié a Urbano Caballero. Por un misterioso juego de azar, la sortija había regresado, después de quizá que aventuras extrañas, al lugar donde su dueño viviera, trabajara y se hiciera de buena amistades. La explicación del enigma permanecerá para siempre en las profundidades del mar, que fueron el único testigo de la suerte que corrió el anillo de Urbano Caballero.

AUTOR: Revista Pampa.

Bibliografía.

  • Revista “Pampa” M.R. Nº161, noviembre de 1961, impresa en los talleres de “El Mercurio de Antofagasta.

Fotografías:

  • – Salitrera Francisco Puelma. Fotografía RERIPI.
  • – Carlos Comber fotografía publicada en el libro “Narraciones Históricas de Antofagasta” del autor Isaac Arse R.  Ediciones PROA Corporación PROA 1º edición 1930, 2º edición 1990.
  • – Pez

Gráficas.

*  1.-  Salitrera Francisco Puelma, año 1914, anteriormente se llamó “Carmen Alto”

* 2.- Carlos Comber, fue un empleado superior de la Cia. De Salitres y Ferrocarril  y administrador de la salitrera Carmen Alto 1879-1882.

3.- De antigua etiqueta de conservas. RERIPI

 

SI LA ENVIDIA SE COMPRARA, FALTARÍA EL ABASTECIMIENTO EN EL MUNDO. (RERIPI)

 

Revista Cultural   “La Voz de la Pampa”.  Pídala en Kioscos,  en Patricio Linch esquina 18 Septiembre ; En calle Chgacabuco entre Colón y Baquedano Librería;  “Qué Leo” en 21 de Mayo Nº636, (58) 232 5833   y editor@lavozdelapampa.cl

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El burro de la oficina Mapocho.

Posted on Mayo 18, 2018 by Reinaldo Riveros Pizarro Posted in Cuentos .

 

LAVOZDELAPAMPA.CL  AÑO I. Nº18   Mayo 2018.

(Cuento de la autora: Nancy Leonora Zepeda Zomoza)

 

Nunca nadie supo su nombre verdadero, ni su origen, ni su oficio –si es que alguna vez desempeñó alguno –sólo se sabía que se trataba de un personaje trashumante, que pertenecía a la mayoría de la oficinas salitreras de los cantones de Huara y de Nebraska y era aceptado en ellas como se tolera a un perro callejero que cuida la cuadra, recibiendo en cambio, una escasa ración de comida. A este pampino equis, a quien no se le podía mezquinar dicho calificativo, porque todos lo conocían desde siempre deambulando por los campamentos, lo llamaban “El Burro”, no porque tuviera alongadas las orejas o algún otro apéndice anatómico, sino que por su inveterada costumbre de anunciar su llegada a una salitrera con un estridente rebuzno, que nada tenía que envidiar en sonoridad, armonía y sentimentalismo al del más castizo pollino semental de la tamarugalezca pampa. Tenía amigos por todos lados, la mayoría de ellos ancianos buenos para el copete que lo invitaban a los ranchos o cantinas donde le mataban el hambre y la sed, retribuyéndose ventajosamente del gasto con los chismes y noticias de las otras oficinas salitreras que el Burro, cual un “propio” profesional, les traía de primera 70 Nancy Zepeda Zomoza fuente o bien extraídos de su magín de acuerdo con las circunstancias y las necesidades de información de sus ocasionales anfitriones. En la oficina “Mapocho” pasaba la mitad de su tiempo, que era propio e indefectiblemente suyo, ya que tenía por divisa no trabajarle una chaucha a nadie. Su edad era indefinible y podría haber contado con cincuenta o setenta años de permanencia en el planeta Tierra; pero eso a nadie le importaba. La compañía del Burro era placentera debido a que siempre sacaba a relucir amenos temas de conversación, sabrosos chistes picantes, amén de una provisión abundante de refranes y dichos del glosario de vocablos y términos pampinos; todo ello concordante con la idiosincrasia y deseos de sus oyentes. Sin embargo, cosa curiosa, cuando en el grupo se encontraba algún tertuliano foráneo de buena presencia y con educación, nuestro personaje parecía desdibujarse y pasaba al último plano de la reunión; se abstenía de participar en la conversación y se le notaba cohibido y como amilanado. Si alguno le preguntaba su opinión sobre el tema que se estaba discutiendo en ese momento, contestaba con jerigonzas, ambigüedades e incoherencias cual si de pronto hubiese perdido la razón. Esta costumbre tan extraña daba motivos para hablar a los obreros, quienes no se decidían a afirmar si se trataba de locuras temporales o estaban viéndoselas con un pillo redomado. El Burro tenía su guarida justo a un costado de la torta de ripios, en un socavón antiguo que había servido antaño como polvorín. Esa morada, más propia de un anacoreta, era un sitio tabú para la población, especialmente para los niños, porque corría la conseja que el Burro tenía hecho un pacto con el diablo y adentrarse en esa caverna significaba encaminarse en línea recta hacia el mismísimo infierno. El aspecto desaliñado, desandrajado y reñido con el aseo que presentaba nuestro personaje no le permitía acercarse a la plaza, a la pulpería, al cine, ni a otros sitios públicos, desde donde era despedido con miramientos, por lo que –cual pájaro noctámbulo- solo se atrevía a salir en las horas cuando la población estaba entregada al descanso, merodeando alrededor de los “ranchos” a la espera de la salida de los últimos clientes, quienes con la nunca desmentida generosidad del borracho, no le escatimaban algunas fichas de baja denominación o una botella de vino a medio consumir. Así transcurría la vida de El Burro, en forma tranquila y apacible, porque si albergaba por un momento la intuición de un rechazo en alguna salitrera, tenía muchas otras a su disposición para decidir donde mudarse. De esa manera, se le veía cruzar el desierto endilgando hacia los cuatro puntos cardinales con sus variantes, conociendo gente y enterándose de las cosas que sucedían en el cotidiano devenir, para poder transmitirlas oralmente a otras comunidades en beneficio propio. En aquellos lejanos tiempos, en mi carácter de profesor de música, fui destinado por mis superiores a dictar clases por semana en la escuela de la oficina Peña Chica, donde oficiaba como directora la señorita Oriana Figueroa, excelente y pundonorosa pedagoga, quien había inculcado en sus educandos un gran amor por el folclore, el baile y las tablas. Entre ambos proyectamos y dimos vida a una pieza teatral tipo opereta, cuyo contenido artístico conllevaba pasajes del modus vivendi del obrero salitrero y su familia, sus afectos, esperanzas, resquemores, aprensiones y muchos etcéteras. Para tal efecto, concebí y llevé a la práctica pequeñas piezas musicales para niños, con motivos y letras del acervo pampino. Después de múltiples ensayos creímos estar preparados para poner en escena, nuestra creación intitulada; “La Pampa Salitrera Canta y Baila”. La víspera del debut nos encontrábamos atareados en la habilitación del proscenio en la cancha de básquetbol, tratando de encontrar el mejor lugar para la ubicación del piano, que no facilitara en calidad de préstamo la Administración de la vecina “Santiago Humberstone”. En eso estábamos, cuando se escuchó en la lejanía, emulando el sonido de la trompeta del juicio final, el estruendoso rebuzno, precursor de la llegada del inefable Burro de la oficina Mapocho. Este apareció rengueando y con aspecto abatido, tal vez por el largo camino que tuvo que recorrer a pie, bajo el tórrido sol del desierto para llegar a Peña Chica. De todas maneras, luego de saludar con afecto a los presentes y de imponerse de lo que estaba sucediendo, se sentó a descansar en un escaño, presenciando al mismo tiempo, los preparativos y últimos ensayos de la gran fiesta pampina.  Nancy Zepeda Zomoza A pedido de la directora, una de las apoderadas fue a buscar un sándwich y una botella de refresco para agasajar a la visita, atención que el Burro aceptó con repetidas inclinaciones de cabeza. Sin embargo, la actitud del hombre denotaba un resto de incomodidad y desasosiego mientras mantenía la vista en el piano de cola. Al fin no pudo más y solicitó en voz alta a la señorita Oriana, que le permitiera tocar el instrumento. La maestra, con palabras cometidas, le explicó que eso era imposible porque se trataba de una pieza valiosa, única en su género y que, además, estaba bajo su responsabilidad. Le permitiría mirarlo; pero no tocarlo. El hombre se dedicó a pasearse cerca del instrumento musical, no le quitaba los ojos del encima y hacía ademán de acariciarlo. En una de sus vueltas se topó conmigo y me pidió muy encarecidamente que intercediera ante la directora para que le permitiera dar tan solo un arpegio en el teclado. Me causó admiración los términos en que se expresaba el vagabundo; pero le repetí las instrucciones dadas, amenazándole con hacerle abandonar el recinto si seguía insistiendo en su desmedido requerimiento. El Burro expresó su desesperación con una par de tristes e indudables rebuznos y volvió a su asiento con los ojos preñados de ansiedad. Mientras tanto nosotros, los profesores, los apoderados y los alumnos mayores, proseguimos en nuestra tarea de armar y adornar el escenario. Al final el hombrecito no pudo más, se levantó y con voz plañidera nos dijo: “Por favor, les ruego que den solamente unos minutitos para poner mis manos sobre el teclado. Denme el gusto y me iré contento. Prometo no seguir molestándolos…..” ¡Se los suplico por el Señor que está en los Cielos!” Oriana –corazón de abuelita- lo llamó: “¡Burrito, quedaría apenada si te negara el favor que me pides! Ven…tócalo; pero solo por un ratito. Mira que me comprometes”. La gente, que presenciaba divertida el inusual espectáculo, se acercó más mientras que el Burro caminando muy erguido, subía la escala y se dirigía al instrumento. Apropincuó el piso, le propinó unas palmadas para quitarle el polvo que lo cubría y se sentó ceremoniosamente levantando la cubierta del piano con exquisito cuidado. Respiró hondo y con una sonrisa beatífica hizo correr un dedo de izquierda a derecha a todo lo largo del teclado. Le gustó lo que oyó y después de refregarse los dedos y hacerlos tronar, atacó sin más preámbulos la Polonesa en La Bemol Mayor Opus 53 de Federico Chopin. A medida que las notas se elevaban en el aire y llegaba a los oídos del público, se sintió un murmullo de asombro e incredulidad, para pasar al más completo silencio. El más admirado era yo que no podía dar crédito a mis oídos. La ejecución era tan perfecta y pura como nunca la había escuchado, ni aún en las grabaciones existentes en la discoteca del Conservatorio Nacional, donde se custodian las interpretaciones de las obras del genio polaco ejecutadas por los más afamados pianistas a nivel mundial. Tal vez exagere; pero esa fue y sigue siendo mi impresión. Al sonar los últimos acordes de la obra maestra, todos los ocasionales concurrentes nos mirábamos a las caras sin saber qué hacer, hasta que la directora empezó a palmotear con cautela; dos o tres pares de manos se sumaron tímidamente a los aplausos; más, de pronto, estalló una ovación padre y señor mío felicitando al músico y recurriendo al consabido grito de: “¡Otra!.. ¡Otra!”… Sin embargo, el Burro, haciendo caso omiso a la petición del público, se levantó parsimoniosamente, alzó los brazos e hizo una cómica reverencia. Acto seguido, bajó la escala y, abriéndose paso por entre los concurrentes, se alejó por el mismo camino por donde había llegado dejando a todos petrificados por el asombro. El último sonido que de él escuchamos fue un largo rebuzno pletórico de felicidad. Lo más extraño es que desde esa mañana se perdió todo rastro de este personaje quien, al alejarse de la comunidad pampina, se convirtió en una verdadera leyenda, dando pábulo a todo tipo de conjeturas y especulaciones. Al imponerse de lo ocurrido, el administrador de Peña Chica expresó por todo comentario la siguiente sentencia lapidaria: “¡Bendito seas Dios! Un habiloso sí puede hacerse el tonto; pero un tonto, por más que lo intente, no puede hacerse el habiloso”.

AUTORA:   Nancy Leonora Zepeda Zomoza (Antofagastina)

Bibliografía:

Cita la fuente: “Cuentos de la Pampa”. Tercer concurso de cuentos. SQM. Y el Mercurio de Antofagasta. Editorial Diario el Mercurio de Antofagasta  año 2011.  http://www.sqm.com/portals/0/soporte/cuentos_de_la_pampa/Cuentos_pampa_2011.pdf

Fotografía:

 Del escritor e investigador de la Cultura Pampina RERIPI.

Grafica :

Ruinas de la oficina salitrera Mapocho. (La Mapocho)  fecha 16 agosto 2004.

 

POR MÁS QUE TE MIRO,  TE HABLO, IMPLORO,  ME PARECES SER UNA  GRAN DESCONOCIDA. (RERIPI)

 

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El cruce a salitrera Santa Laura.

Posted on Mayo 8, 2018 by Reinaldo Riveros Pizarro Posted in Cuentos .

LAVOZDELAPAMPA.CL  AÑO I. Nº15   Mayo 2018.

(Cuento)

Allá por el año 1935, había una nueva compañía y maquina salitrera que le ponía el sello de recuperar el salitre de su sitial económico del país, mucha gente entonces se implementó a su masa laboral, además de obtener una mejor calidad de vida en la oficina salitrera Humberstone.                               

Pero cierto día una familia que residía  en una calle cercana a una pequeña torta de ripios, en cuyo  patio de casa  minúsculo que tenía unos dos metros cuadrados, se implementaba allí una improvisada parrilla artesanal con algunos ladrillos reflectarios para azar una pequeña carnecita, a celebrar el cumpleaños de Nemesio, quien era el mayor de los 4 hermanos, y  ya alcanzaba los 35 años; de cabellera negra y un mechón blanco,  el que se parecía al igual como de los zorrillos, él de tez morena, estatura mediana y de finos bigotes .

Cuando de pronto Nemesio circunstancialmente miró como una pequeña llama de fuego  apareció en la pequeña torta, lo que parecía muy extraño  de ver esa flama allí;  el joven al rato lo comentó con sus hermanos, pero todos ellos miraron atentos a la torta, no vieron nada anormal, y entre ellos sacaban sus conclusiones las que posteriormente olvidaron.

Al medio día su madre Nolberta se da cuenta que no tiene orégano para la carne, lo más cercano era entonces el pueblito de Pozo Almonte;  el hijo mayor se ofreció para ir al pueblo, este quedaba caminando  a pie  normal en el tiempo de una hora.

Luego  él salió raudo de Humberstone con el sol a cuesta tomando la línea del tren que iba hacia la salitrera Cala Cala, para después torcer hacia el pueblo de Pozo Almonte.

Al llegar a la calle del Comercio,  lo primero que el encontró en el camino fue a un antiguo amigo de parranda Miguel Angel, que no lo había visto por años, y este lo invitó a una  bebida a la picada donde vendían traguito dulce, por decir “la chichita”, fueron pasando las horas como si nada lo estuviera reteniendo, entre trago y trago, tardíamente se recuerda a lo que él  había ido al pueblo.                                    En casa del joven cundía la ansiedad al no retornar Nemesio.

El  joven estaba con algunas copas demás cuando se despidió de su amigo Miguel Ángel y  posteriormente el giro rumbo hacia la salitrera Cala Cala tomando la línea del ferrocarril, cuando iba casi llegando al cruce del tren de la salitrera Santa Laura;  allí…en la línea del tren vio  a un hombre enorme de negro, en cuya espalda estaba cubierta por lenguas de fuego,  las que se entrelazaban con su movimiento y estas sobrepasaban la altura del desconocido, sus ojos eran luces potentes como dos linternas, los dientes de oro destellaban muy abrillantados.

El este hombre extraño le preguntó a Nemesio  – ¿Amigo, para adónde vas? – Voy a Humberstone.  Entonces allí en el cruce había varios desvíos.  El hombre de negro le dice:   –Está usted muy equivocado amigo…  Entonces el joven Nemesio  le dice: – No señor éste es mi camino.  – Mira, si te vas por este otro camino llegarás a Humberstone y encontrarás mucho oro, brillantes y en cambio tú me entregarás tu alma.   De pronto detrás de aquel extraño, a lo lejos se escucharon voces entrecortadas en la obscuridad; pero el señor vestido de negro rodeado de llamas entonces este con la velocidad de un látigo apagó la flama dejando una nube de azufre y  pronto desapareció.

El joven quedó paralizado en la línea del ferrocarril,  y  a unos metros más atrás lo observaba Miguel Ángel, quien se reía a carcajadas, en ese momento fue cuando llegaron sus hermanos a recuperar al hermano perdido en el camino…

AUTOR. RERIPI. 

 

 “UNA PERSONA CUANDO NO TIENE PARA SOBREVIVIR, PIENSA MÁS QUE SETENTA SABIOS” (RERIPI)

 

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Estación Zapiga.

Posted on Mayo 2, 2018 by Reinaldo Riveros Pizarro Posted in Cuentos .

 

LAVOZDELAPAMPA AÑO I. Nº10  abril 2018. 

 

(Cuento)

 Rosendo, había terminado el año laboral y dar comienzo a las deseadas vacaciones con su grupo familiar en la ciudad de Iquique. Esa  madrugada él inspeccionaba los neumáticos del auto, mientras adentro esperaba la familia. 

El vehículo comenzó a alejarse de la ciudad de Arica en dirección sur; habían transcurrido un par de horas; mientras que al aclarar los niños contaban las cruces de las animitas a un costado del camino carretero.   Cruzando el puente de Tiliviche  Rosendo se percató que el marcador del tablero acusaba una alta temperatura del motor; él imprimió una mayor velocidad, entonces su esposa Idelfonza divisó a los lejos un bosque en el desierto. Ambos se miraron y posteriormente se introdujeron por una huella polvorienta rodeados de verdes tamarugos y al llegar al final del camino descubrieron un pueblo completamente abandonado, allí todo era ruinas, la impresión que daba era así como el Imperio Romano o Griego, todo destruido.  Allí se detuvieron y bajaron del auto, Rosendo se fue directamente al motor a revisar la refrigeración, Idelfonza con sus hijos salieron a recorrer por el lugar mientras su esposo se dedicaba al carro, luego ella se devolvió con la familia y Rosendo terminaba de revisar; ella le insinuó a su marido que era un hermoso lugar para acampar, donde había agua y árboles, la respuesta vino de inmediato y positiva en conseguir descansar allí en el lugar unos dos días…   

Alrededor de la ruinas del poblado habían los restos de algunas oficinas salitreras, como ser casas y las bases de unos motores.  Al anochecer toda la familia se encontraba sentada en el suelo alrededor de una fogata cantando y sus cuerpos estaban cobijados bajo la inmensa copa de un añoso Tamarugo; más allá se filtraban los rayos plateados de la luna llena.                                                                                           Idelfonza se encontraba muy incómoda diciéndole a su esposo al tener el deseo de orinar, su hijo mayor Diógenes al escuchar también insinuó de su necesidad biológica; el matrimonio se dirigió a unos metros más allá y él hijo se fue al sentido contrario.  Idelfonza estaba en cuclillas apegada a una muralla de adobe cuando pronto se escuchó por allí en la oscuridad el estampido del golpe de una gran pedrada en la muralla; ambos impresionados, gatilló en culpar a Diógenes por esa broma de mal gusto, el muchacho cuando volvió de las necesidades fue abordado por sus padres llamándole la atención, Diógenes no entendía aquella acusación, luego cabizbajo se fue a sentar junto a sus otros hermanos.

El show familiar alrededor de una fogata prosiguió con Audorindo quien cantaba una románica letra de Camilo Sesto y  pronto una pequeña piedra rueda por el suelo, el escenario del niño cantor. Todos ellos, la familia enmudecieron un instante, luego reaccionó Rosendo, saltó como una fiera herida en busca del arma de fuego y  de su linterna.  Entonces salió en busca del desconocido que no se dejaba ver, él recorrió todo el entorno del campamento y cuando volvió se dio cuenta que la familia estaba asustada. Rosendo inmediatamente ordenó a sus hijos cobijarse en la carpa, quedando él con su esposa guardando los víveres.

Al pasar unos minutos desde la carpa salió corriendo Diógenes llamando a su padre para decirle que habían apedreado el auto. Rosendo pensó lo peor, los vidrios del parabrisas y llegando hasta el lugar se percató que el vehículo estaba intacto; él se subió rápidamente encendiendo el motor, saliendo a recorrer un extenso espacio dirigiendo las luces hacia aquellas casas y árboles del recinto, cuando volvió junto a su familia certificó que allí no había nadie, pero temeroso por dentro Rosendo mandó a su familia a la carpa, él se quedó en la entrada; en una mano la linterna y en la otra el “Nuevo Testamento”, luego él comenzó a leer unos Salmos, pidiéndole a Dios su protección, la esposa con sus hijos desde dentro rezaban el Padrenuestro y el Ave María.

Rosendo cuando terminó la oración se unió a su familia; aquella noche fue demaciado larga; afuera desde la copa de un árbol vigilaba…                                                                                                                                    

Al comenzar el alba Rosendo miró a su esposa y le susurró al oído, si se iban o se quedaban, ella por cierto quería irse del lugar, pronto aclarando comenzaron a desarmar el campamento y cargaron el vehículo, una vez embarcados, Rosendo aceleró para partir, pero el vehículo no se movió, él bajó a revisar el motor  y todo estaba en orden; entonces Rosendo comenzó a leer nuevamente los Salmos mientras los demás rezaban y allá arriba en la copa del vetusto tamarugo unos pequeños hombrecillos verdes alegres cantaban cuando el vehículo comenzaba abandonar aquel pueblito de Zapiga, silencioso y abandonado en la pampa salitrera de Tarapacá.

Bibliografía:

 * Cuento publicado el año 2012 en la “Antología” de la “Filial Arica Sociedad de Escritores de Chile”,  la obra titulada “Voces de Arica y Parinacota”  Editorial e Imprenta POBETA,  Cuento “Estación Zapiga” del Autor, escritor e investigador de la cultura pampina REINALDO RIVEROS PIZARRO.                                                                                                                                                   *PUBLICADO LA REVISTA ELECTRÓNICA LAVOZDELAPAMPA Nº89. Autor RERIPI

Grafica: 

3.- Niños en el poblado de Zapiga.   4.- Estación de ferrocarril de Zapiga.   5.- Cementerio de “Sacramento de Zapiga”.

                                           

AUTOR: Reinaldo Riveros Pizarro

 

“AMAR ES DULCE E IDÍLICO, PERO CUANDO EL ENGAÑO AFLORA, ES PREFERIBLE ARRANCAR Al INFIERNO”    (RERIPI)       

 

ENLACE SIMILAR:  

http://www.estrellaarica.cl/prontus4_nots/site/artic/20090711/pags/20090711003006.html

El pueblo de Zapiga, con su historia.

Obra, cuento  “ESTACIÓN ZAPIGA”  del autor Reinaldo Riveros Pizarro,  EDITADA en la Revista Cultural “La Voz de la Pampa”  Nº3  Febrero año 2003, Pagina 13.  y  fue adaptado por el periodista español Iker jimenez en video para “Cuarto Milenio. Diarios del Miedo”  como subtitulo “FE”  https://www.youtube.com/watch?v=yO53FUWCTXQ 

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La Pulperia.

Posted on Abril 26, 2018 by Reinaldo Riveros Pizarro Posted in Cuentos, Narrativas .
LAVOZDELAPAMPA.CL.   AÑO I. Nº 05  Abril  2018.

Esa mañana de frío invierno allí en el rajo calichero el tiro había quedado echado, pero pasaron unos cuantos minutos y después de una larga espera don Uldalencio volvió donde estaban colocados los cartuchos de dinamita, tan pronto en segundos el cielo se colocó rojizo y polvoriento, fue aquel estallido ó polvorazo que hizo volar el cuerpo mutilado del joven minero.  -¡OH Dios! – exclamaron todos los obreros de su alrededor, y corrieron a ver lo que  había quedado de Uldalencio; él joven tenía pelo cobrizo, bigotes anchos, ojos verdosos de carácter agradable y  estaba enamorado de su novia Ismelda, una hermosa morena trabajadora de la pulpería.

En tanto allá en la calichera de pronto el jefe de pampa dio aviso a la oficina  “Humberstone” del accidente comunicando éste – ¡Uldalencio falleció por un dinamitazo! – El sonido de alarma en la salitrera aullaba como cual lobo herido, mientras las campanas de las escuelas tañían seguidamente. Por tanto los habitantes de la salitrera corrían al llegar al frente a la administración para indagar quien había sido el infortunado o desgraciado obrero.

El joven Uldalencio sintió a su lado muchas voces angelicales y él flotando miraba desde lo alto los restos de su cadáver, todo le había sucedido tan rápido y aún  así medio absorto  él no podía asimilar su muerte.  Entonces él reaccionó mirando a sus compañeros de trabajo que hablaban del  y posteriormente partió despavorido corriendo velozmente a casa de sus padres;  allí estaba sentada doña Lucrecia con un mal presentimiento sobre su hijo, muy compungida ella se tomaba el costado del corazón, de pronto un gran calor intenso le atravesó el pecho a la madre, era entonces el alma de Uldalencio quien la abrazaba, y este le decía:  ¡Madrecita, mírame aquí estoy, soy tu hijo!,  ¿Qué está pasando?…, te toco y no te siento… todo parece un sueño¡

El joven salió abruptamente desesperado desde casa de su madre en busca de su novia hacia la pulpería, al entrar clavó la mirada donde se encontraba Ismenia y su mejor amigo Cleómenes, ellos estaban aún tomados de la mano y terminó de escuchar a su amigo el que decía: – Ismenia, ahora si podemos estar juntos para siempre. – Entonces Uldalencio muy furioso al comprobar su sospecha, se fue donde su amigo a saldar cuentas, por esa traición, entonces él rebotó en el cuerpo de Cleómenes rechazándolo rotundamente, él joven Uldalencio cayó extenuado al suelo estallando en gemidos, lágrimas renegando de su vida, la cual ya no tenía; arrancando entonces Uldalencio salió a refugiarse en la calichera.                       En tanto esa noche la novia Ismenia estremecida por la mala noticia de Uldalencio, salió sigilosamente de su casa en dirección a la pulpería, esa noche estaba con camanchaca y ella se refugió seguidamente entre las rejas de madera ante la iglesia y de rodillas rezaba junto el rosario, tan pronto de su bolso extrajo una navaja con la cual cercenó ambas muñecas y de ellas la sangre saltó a borbotones, rápidamente sintió el sueño placentero en todo su cuerpo de , Ismemenia se fue  apagando lento hasta desplomarse levemente hasta caer de bruces y tocar el frío suelo, ella con su vista extraviada como pidiendo el perdón,

El alma de Uldalencio llegó al cuerpo de su novia y vio solamente el cadáver de Ismenia,  porque su alma ya no estaba, se había ido del lugar; él arrodillado le acariciaba llorando desconsoladamente.                     Pero la joven alma de Uldalecio con el transcurrir de los años en sus largas horas durante el día como en noche, sale desde la calichera a visitar el campamento de la salitrera Santiago Humberstone en busca de su amada en la pulpería.

Bibliografía:                                                                                                                                                *Antología “Voces de Arica y Parinacota”, Filial Arica Sociedad de Escritores de Chile”.  Imprenta y editorial POBETA.  Arica año 2012.  Subtitulo cuento, “La Pulpería”,  autor Reinaldo Riveros Pizarro.

*Revista Electrónica lavozdelapampa  Año III. Nº 51 agosto 2012.  “La Pulpería”.

Fotografía: De RERIPI.

“SIGLO XXI, EL AMOR DE PAREJAS YA CASI NO EXISTE, SOLO LOS UNE EL DINERO” (RERIPI)

 

                                                                                                                                                     

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