REVISTA ELECTRÓNICA.
LAVOZDELAPAMPA.CL Año I. Nº 64. Agosto 2018.
(Cuento)
En mi juventud de paso por el deshabitado pueblo de Dolores, caminaba entonces solo y errante, en busca de paz y armonía en medio de la naturaleza de la pampa salitrera, ya que antes había sufrido un desamor, y deseaba perderme en algún lugar de la tierra, y eso fue a mediados del año 1965.
Allí al llegar vi algunas casas deshabitadas de barro y borras, donde casi la mayoría estaba en el suelo; el sol cacheteaba mi espalda, hasta me humillaba, y hacía doblegar mi voluntad para casi no llegar hasta el pozo de agua del pueblo de Dolores.
El lugar me hacía recordar la historia de los hechos de la batalla de Dolores y San Francisco, en donde hubo muchas bajas de ambos ejércitos chileno y peruano. Este pueblo después de esta guerra fue muy tranquilo, y pujante, hasta irse desgastando y perdiéndose en el tiempo.
En el terreno del lugar había entonces una gran cantidad de añosos tamarugos y algarrobos, los que cubrían con un manto verde el pueblo en pleno desierto, e incluso algunos comerciantes tenían su pequeña chacra.
Durante mi caminata por los cerros y pampa estaba sediento de beber el vital liquido, cuando llegué a ese lugar, vi aquella caseta de calaminas en donde yo sabía que adentro estaba el pozo de agua, y a su alrededor un pequeño huerto; allí dentro del huerto había un anciano alto, delgado y de pelo cano, quien cortaba algunos tomates, y seguidamente volteó para descubrirme infraganti; a quien inmediatamente le rogué que me diera un poco de agua ;el de una voz gruesa y arrastrada me habló , y luego me entregó un jarro de agua; yo muy agradecido me retiré y salí a buscar la paz al cementerio, habían cruces añosas por doquier, desgastadas por el clima nortino, alambres, zunchos enmohecidos, flores de lata con pinturas carcomidas, de pronto un nicho de barros estaba roto , adentro en el cajón una la adolecente de 6 años con unos botincitos donde estaban a la vista sus huesitos de las canillas y su ropa carcomida expuesta a la intemperie, un desolador panorama que dejó a su paso allí algún “buitre humano” del desierto en busca de tesoros, joyas, relojes, o dientes de oro.
De pronto un silencio y mi mente se conectó a un lugar, miré era y era un pequeño mausoleo, donde esta era de una estructura rectangular de un metro de altura, hecha de barro con cemento y una cruz de metal arriba, me gire alrededor de la cripta, tenía una escalera para entrar al subterráneo, entonces grande fue mi impresión cuando vi a un anciano alto y delgado de pelo cano, quien vestía una camisa blanca, un paletó de color celeste , unos pantalones color café, zapatos en forma de botincito de cuero y suela; en la semioscuridad abajo en la cripta , observé a este hombre, se encontraba sentado en el suelo, apoyando su espalda en el cajón, pero este señor era un cadáver de verdad, y su cara estaba momificada, sus manos estaban entrecruzadas sobre su pelvis. ¿Curioso?…
Muchas cosas pasaron por mi mente, y en mi cuerpo sentí un gran escalofrío desde mi cabeza hasta la punta de mis dedos de los pies, yo me encontraba así como flotando; me persigné, le rece unos cuantos “Padres nuestro” y unos cuantos “Ave María” y salí despidiéndome de aquel finado. No me quedaron ganas de seguir esa tarde en el cementerio.
Pasaron tres años, volví a ese mismo lugar de Dolores, de sus casas ya casi no quedaban, todo estaba en el suelo, y me fui al cementerio a saludar al “finado del paletó celeste”, allí estaba de la misma forma que lo había visto anteriormente.
Pasaron tan pronto cinco años más en ese pueblo abandonado, cuando un día a un militar de nombre Sofanor le escuché decir en la ciudad, que él con otros militares de su regimiento tenían la misión de ir al poblado de Dolores, con un detector de metales para ir a rescatar especies o restos de la “Guerra del Pacífico” correspondiente a la “batalla de Dolores y San Francisco”, para así tenerlos ellos como recuerdos, y testimonios en la unidad militar del norte grande de Tarapacá.
Pero… no estaba considerado entrar por los militares al cementerio de Dolores, entonces se conto que Sofanor una mañana había entrado al cementerio solitario en aquella cripta del “finado del paletó celeste”.
Cuando posteriormente habían pasado dos años de aquella visita de los militares, se escucho un día en las noticias de la ciudad: “Militares que habían visitado cementerio de Dolores, uno de ellos se había vuelto loco”
Había sido entonces Sofanor quien entre sus bromas había descabezado al finado del “paletó celeste, con la finalidad de asustar a sus camaradas de arma durante la noche, allí en medio de la soledad de la pampa.
Posteriormente fueron muchas noches que Sofanor no podía dormir, alguien le molestaba y atormentaba de noche y de día hasta que enloqueció.
Posteriormente yo volví a visitar al “finado del paletó celeste” del cementerio en el pueblo de Dolores”, allí estaba é l, sentado y sin cabeza; pero Sofanor ya no estaba en este mundo, porque el finado se la había cobrado.
Bibliografía:
1.- Cuento: “El descabezado del pueblo Dolores”. Autor y editor Reinaldo Riveros Pizarro.
Fotografías:
1.-, 2.-, 3.- Del escritor e investigador de la cultura pampina RERIPI
Gráficas:
1.- Cementerio del pueblo de Dolores; 2.- Cajón profanado, abierto adentro una niña a la intemperie; 3.- Poblado de Dolores y su inconfundible copa de agua.
Autor: RERIPI.
“Solo yo sé quien es mi amigo, porque lo elegido yo” (RERIPI)
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