REVISTA ELECTRÓNICA.
LAVOZDELAPAMPA.CL Año I. Nº 46. Julio 2018.
(Narrativa)
Tuve por parte de mi querida madre muchos primos, pero de esa generación vamos quedando muy pocos. Y como ya se está acercando la hora de que yo también vaya a aumentar el número de los que yacen en una tumba fría, deseo dejar este testimonio antes de que sea demasiado tarde para ello.
Mis tíos, nacidos en su mayoría en la oficina salitrera llamada Santa Laura, a la cual llegó un día enganchado desde la capital mi abuelo Laureano, tuvieron en estas desoladas pampas sus sitios habituales de estudios y juegos.
La prole creció hasta el número diez pero uno no alcanzó a cumplir dos años antes de que falleciera ahogado en una pequeña pileta de la ciudad de Tacna, lugar a la que se trasladaron debido a que muchas oficinas salitreras, que se habían multiplicado al término de la Guerra del Pacífico, tuvieron que cerrar al no poder competir con el precio del salitre sintético. Este tío era el último en la escala de nacimientos de la familia.
La ciudad de Tacna fue entregada definitivamente al Perú mediante un Plebiscito que devolvió esta ciudad a sus antiguos dueños pero permitiendo a todos los chilenos residentes en ella nacionalizarse ciudadanos peruanos. Los que no desearan hacerlo tenían la posibilidad de trasladarse a la ciudad vecina en la cual continuarían siendo chilenos. Arica se convirtió de este modo en un puerto que otorgaría todas las facilidades que la otra nación beligerante, Bolivia, requiriera para la exportación e importación de sus bienes de consumo construyendo una vía férrea que uniría el puerto marítimo con la capital La Paz.
Una tía, la mayor, de nombre Esther, se desposó con un ciudadano peruano, lo que era muy común al convivir en plena armonía y paz dos etnias de distinta ciudadanía. Ella optó por permanecer viviendo en Tacna, quién trabajaba en ese tiempo en el ferrocarril que unía estas dos ciudades. Más bien eran sólo dos coches de madera arrastradas por una locomotora a vapor alimentada con carbón de piedra. Se le denominaba Auto-carril, o sea, no le alcanzaba para ser tren.
Mi abuelo, se desempeñó por varios años en la Municipalidad de Tacna a cargo de las cocheras. Su tarea consistía en mantener en perfecto estado todos los días las mulas y caballos que se necesitaban para recorrer la ciudad recogiendo los desperdicios y basura que los habitantes dejaban en tarros fuera de sus viviendas y locales comerciales.
Todos mis tíos terminaron sus estudios en la ciudad de Arica y se ubicaron en las fuentes de trabajo que había disponibles. Las mayores, a instancia y enseñanza de mi abuela, que era una hábil costurera, siguieron su buen ejemplo dedicándose a esta noble profesión con mucho éxito ya que les permitió tener un buen pasar sin muchas preocupaciones económicas. Fueron famosas y muy requeridas por la prolijidad de sus trabajos y por su gran simpatía personal. Mis tías Esther, Hilda, Amanda, Gladys y mi propia y sacrificada madre, Marta, dedicaron gran parte de su vida a la noble profesión de costureras teniendo como herramientas incondicionales de trabajo a las antiguas máquinas de pedales marca Singer, y de las cuales todavía quedan algunas por ahí funcionando perfectamente.
Vivíamos en calle Sotomayor al llegar a Baquedano. La casa era muy grande y con tantas habitaciones como un hotel. Estas alineadas al lado derecho y eran recorridas por un largo y ancho pasillo al lado izquierdo. Desembocaba en un patio grande de tierra en el cual se ubicaba el baño y también dos amplias piletas con agua potable para el aseo personal. Era tan larga que colindaba por el fondo con la otra propiedad que estaba ubicada en la calle 21 de Mayo, de iguales dimensiones.
Aprendimos de este modo a convivir en perfecta armonía todos los primos y creo que fue este el pilar de la gran amistad que nos demostramos en el resto de nuestras vidas.
Los primos por orden de nacimiento de los tíos fueron los siguientes:
Hijos de Esther: Iris, Cesar y Guido
Hijos de Humberto: María Cristina y Humberto
Hijos de Hilda: Thelma, Obdulia, Isabel y Betsabeth
Hijos de Marta: Boris, Nelson, Cristina y Cecilia
Hijos de Eduardo: Kenny, Freddy y Eduardo
Hijos de Amanda: Marcos y Sergio
Hijos de Ramón: Ramón, María Isabel y M. Gabriela
Hijos de Gladys: Ronald y Liliams
Hijos de Edith Elda
De los veinticuatro primos han fallecido ocho quedando con vida dieciséis, siendo Thelma y yo los mayores, en este mismo orden. Es por este motivo que escribo este relato, por si el destino quiere enviarnos a la otra vida por este mismo orden de llegada al mundo.
Con los primos que compartíamos más horas de juego, risas, chacoteos, diabluras, aventuras, penas, sueños y vivencias infantiles y juveniles eran Marcos Maturana, Kenny Monardes, y Guido Monardes, aparte de mi hermano Nelson. Fuimos testigos de cómo, poco a poco, fue cambiando el rostro de nuestra querida ciudad hasta transformarse en lo que actualmente es, para bien de algunos y para mal de otros. El decreto, que otorgó a la ciudad de Arica el status de puerto libre cambió radicalmente el rostro de ésta y la creación de muchas industrias, que aprovechaban las franquicias aduaneras para su instalación, atrajeron a miles de trabajadores venidos de todo el país ganando en modernismo y perdiendo para siempre el clima de familiaridad y confianza que caracterizaba a todos sus habitantes.
Dicen que todo tiempo pasado fue mejor y de esto sólo los que nacimos y fuimos criados en este hermoso puerto podríamos dar fe que la época en que nos tocó vivir nuestra niñez fue la más feliz e inolvidable de todas.
Ir a sacar machas a la playa del Chinchorro con solo mover los pies en la orilla, bucear para sacar cuanta almeja deseáramos en la playa La Lisera, cazar pulpos en la playa Brava, mariscar en las rocas de más al sur los enormes locos y erizos despreciando las grandes lapas, el luche, el cochayuyo y los piures, irnos de excursión hasta el Alto Ramírez para obtener tunas, guayabas, pakay, peras y naranjas gratuitamente de los muchos predios que la producían, y cuyos dueños no se preocupaban tanto de que algunos muchachos aprovecharan de sacar esas frutas en forma clandestina. Total, no serían grandes cantidades las que podrían cargar en sus infantiles hombros por diez kilómetros para llegar de vuelta a la ciudad.
Mi primo Marcos y yo éramos los más ágiles y arriesgados para subirnos rápidamente a los árboles y llenar el bolsón de la escuela con los frutos mientras Kenny servía de vigilante para avisarnos cualquier contratiempo que se presentara en forma Inesperada y también de recoger las frutas que se caían en nuestro accionar de intrépidos depredadores furtivos.
Esos tiempos pasados junto a mis primos no se borrarán fácilmente de mi memoria aunque ellos ya no estén en este mundo acompañándome en mis travesuras de adulto mayor, tan fomes e inocentes que apenas alcanzan a entibiar el gusto de hacer cosas prohibidas, como las que nos aconsejan los doctores, los que se esmeran por prohibirnos todo lo que nos gusta comer para que vivamos más años, haciéndolos más ricos a ellos, a las farmacias, a las clínicas privadas y a los laboratorios médicos, los cuales idean el mismo medicamento con distinto nombre para que los adquiera el que dispone de dinero y nunca el que anda al tres y al cuatro con las monedas de su escuálido sueldo o jornal.
Gracias queridos e inolvidables primos. Yo sé que desde arriba están atentos a todo lo que pasa aquí abajo y quizás, en alguna forma, guiándome para que recuerde y relate a otras personas lo hermoso que fue nuestra amistad y lo bien que lo pasamos cortando choclos en el valle de Lluta, y asándolos ahí mismo entre las piedras del riachuelo. Nunca volveré a saborear choclos tan ricos como aquellos, a sacar machas en la playa del Watheree, pues hace tiempo que las extinguieron, al igual que los mariscos de las playas Brava, Negra, Laucho, Infiernillo y hasta los piures de la playa de la Rambla. Sólo nos quedan los recuerdos imborrables de nuestra mutua compañía y de esos años gloriosos en los que nos creíamos invencibles, inmortales y dominadores del mundo pues, para nuestras infantiles mentes todo era posible.
Autor: Boris Correa Monardes.
Fotografías:
1.- Consejo de Monumentos Nacionales. 2.- 3, 5, Boris Monardes. 4.- 6, 7, RERIPI.
Graficas:
1.-Oficina salitrera “Santa Laura”. 2.-Familia de Monarde Narea: de pie de izquierda a derecha, Amanda, Humberto, Hidelgar, Esther, Marta, (Madre) Eduardo, y Ramón; segunda corrida de izquierda a derecha: Iris, Laureano, (Abuelo) entre las piernas del abuelo Guido, César, Margarita, Isabel (Abuela), Thelma, y Gladys. 3.-Paseo dominical familiar por la salitrera Santiago Humberstone. De pie están Humberto, Marta, “Sin nombre”, Catalina, y Eduardo; agachados: Natalia y Tubalcaín (Padre). 4.-Teatro de Humberstone. 5.-Paseo dominical familiar por la salitrera Santiago Humberstone. Humberto, Marta, Tubalcaín, Natalia, Eduardo, Catalina, y el niño Boris autor de la narrativa, tenía 5 años. 6.- Año 1937, casa del Ingeniero oficina salitrera Humberstone, 7.- Antigua fotografía de la “Plaza Colón” de la ciudad San Marcos de Arica.
Editor: RERIPI. editor@lavozdelapampa.cl
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